Hay un creciente uso de las nuevas tecnologías en nuestras aulas, en todos los niveles educativos. Ya lo había antes del COVID, lo ha habido a la vuelta (en diversas modalidades) a las aulas, y ahora se está multiplicando con el repentino interés de las Administraciones Educativas en la Competencia Digital Docente y del alumnado,
A menudo es una competición donde los docentes se sienten completamente sobrepasados por toda una serie de nuevas palabras cuyo significado se nos escapa y que casi nunca necesitábamos por adquirir y utilizar toda una serie de recursos que se cuelgan repetidamente en la red como si fuera un bucle. Ahora con la presión de todo el sistema sobre sus hombros.
Y por si esto fuera poco, en las últimas semanas no solo se habla de la competencia digital docente (como si se estuviera hablando de un concepto inteligible) partiendo de informes y definiciones europeas con diagramas de Venn que no se acercan a nuestra realidad ni de lejos, sino que se comienzan a implementar programas para «acreditarla» desde distintas instituciones, obligando a los docentes (cada vez más agobiados y desorientados) a hacer cosas en la red que tienen poco o nada que ver con el desarrollo de su profesión y mucho que ver con el escaparate que las instituciones quieren tener, al tiempo que tratan de encajar en tablas preestablecidas de «empoderamiento y digitalización del alumnado» diseñadas para unos niveles que nada tienen que ver con otros.
No es que el uso de las tecnologías en las aulas no sea relevante: desde 2020 todos tenemos claro que lo es. Pero quizás hacer una carrera sin medir, valorar y reflexionar no sea la mejor manera de abordar el problema, y rellenar estándares de competencia docente con pantallazos de ordenador, evidencias en la red y más burocracia no es una ayuda precisamente.
Se está abordando esta digitalización desde tres aspectos, supuestamente complementarios, a la carrera y dejando un montón de lagunas por el camino que, más tarde o más temprano nos pasarán factura:
- por una parte, está la formación del profesorado para que acredite su competencia digital docente utilizando una nomenclatura análoga a la utilizada en el nivel de idiomas, procedente de la UE y con criterios y documentaciones también de la UE. Y, aunque en teoría está muy bien hacerlo, centrarse en que los docentes puedan manejar aquello que necesitan para enseñar, vigilar y evaluar la competencia digital de su alumnado, hacerlo sin preocuparse de lo que el docente es capaz de hacer por sí mismo o dónde y cómo lo hace nos pasará factura: sabremos hacer capturas de pantalla y usar las plataformas de Google, Teams, o las de las Administraciones Educativas de cada Comunidad Autónoma, pero seguimos sin saber lo que es la protección de datos, la ciberseguridad, o lo que puede y no puede hacer un menor (o haciendo según qué cosas sin que nos importe la ilegalidad o el peligro que suponen); sabremos hacer feedback y seguimientos de asistencia en la nube, pero seguimos entrando en pánico y buscando al «friki» de entre los profes cada vez que algo no funciona (este alumno no tiene red, aquel ha perdido su contraseña, cómo se abre una reunión virtual, el panel no es táctil, el driver de la pizarra no está, el proyector se ve verde, ….); y la presión y la cantidad de horas para hacer determinadas tareas se multiplica exponencialmente para una parte importante de nuestros claustros sin que a nadie parezca importarle. Y aún no hemos llegado al momento en que, ante cualquiera de estas situaciones, la respuesta sea que ya somos todos competentes digitalmente, no solo no necesitamos ayuda, sino que somos nosotros los responsables de ayudar al alumnado y las familias y de que todo funcione (una tarea más, a lo tonto, sobre nuestras espaldas).
- por otra parte, se plantea la competencia digital docente como un medio para lograr la competencia digital del alumnado y, por extensión, de las familias, convirtiéndolo subrepticiamente en responsabilidad de los docentes con una formulación de objetivos finalista que dificulta enormemente nuestro trabajo. El alumnado debe ser competente digitalmente al terminar tal o cual etapa, pero no se sabe (ni se plantea, hoy por hoy) qué deben poder hacer por niveles o por ciclos. Y, además, hay que terminar con la brecha digital, tanto del alumnado como de las familias, tanto dentro como fuera de los centros educativos (pero no se dicen cómo ni con qué medios, autoridad, apoyo, seguimiento….).
- además, se implantan los Planes Digitales de Centro, a la carrera, en pocos meses, para cumplir con el calendario que Europa ha impuesto para dar determinado dinero. Más burocracia y más obligaciones digitales para unos docentes que no van a contar, para hacer más cosas de las que hacen, ni con más medios ni con más tiempo ni con más formación de la que ya tienen, aunque sí contarán con plazos, exigencias y promesas.
Si en lugar de formar parte de los corredores de la carrera a ninguna parte en la que parece que estamos participando todos nos paramos a reflexionar… Nuestra prioridad como docentes no debería ser cumplir con los plazos de la burocracia de Europa ni con las estadísticas de las Administraciones Educativas, sino evolucionar con los tiempos y las realidades cambiantes que nos rodean a nosotros y a nuestras comunidades educativas para hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible.
Introducimos las nuevas tecnologías en las aulas para poder trabajar mejor, a veces más, determinados conceptos y muchísimos procesos; algunas de las cosas que podemos hacer ahora en el aula, que podemos poner al alcance de nuestro alumnado, eran impensables hace solo diez años. Se trata de pensar más en los objetivos de aprendizaje, en los alumnos concretos para los que queremos las tareas o procedimientos concretos que necesitamos trabajar y menos en los repositorios y las listas de contenidos.
Es un cambio de planteamiento en el uso como medio y como fin de los dispositivos y las producciones que las TIC en educación nos aportan. En muchos centros (la mayoría, desgraciadamente) la primera premisa, la de tener medios con los que trabajar (no ya los docentes, sino el alumnado de todos los niveles), no se cumple, o depende para su cumplimiento de los medios privados tanto de los docentes como de las familias; y la brecha digital (y la no digital) se va haciendo cada vez más significativa.
Pero mientras las «muescas» estadísticas estén completas y la burocracia rellena, todo está bien y estamos avanzando enormemente, ya plenamente integrados en la enseñanza del siglo XXI ¿no?