Generalmente desde los centros educativos nos comunicamos con las familias del alumnado a través de mensajes de texto, emails, jornadas de puertas abiertas, etc. En general, enviamos peticiones, informaciones o citaciones a las familias, y estos mensajes no están buscando una participación activa ni un compromiso por parte de éstas, sino que informan de lo que deben hacer para colaborar con el alumnado o el centro. En términos generales, trasladamos el mensaje de que los centros y los docentes son los únicos que saben qué es lo mejor para el alumnado, y que las familias solamente tienen que seguir las instrucciones y obedecer. Pero eso no es cierto. La verdad es que, para alcanzar todo el potencial del alumnado es necesaria una colaboración entre ambas vertientes, no unas instrucciones compartidas.
Por tanto, debemos buscar alternativas para acercarnos a las familias y lograr esta colaboración, que sabemos imprescindible. Algunas posibilidades podrían ser:
- Comenzar por las prioridades y necesidades de las familias y comunidades, no por la agenda curricular. Si queremos lograr una verdadera colaboración tenemos que integrar en nuestro funcionamiento y nuestros objetivos en el centro escolar las necesidades, prioridades y características de las familias de nuestro alumnado. Esto incluye historias, experiencias, conocimientos o variaciones culturales, incluyendo las experiencias negativas en los ámbitos educativos formales, las distintas culturas y costumbres tradicionales (allí donde las haya) o las distintas costumbres étnicas o religiosas. Toda esta integración facilitará la convivencia, disminuyendo los problemas de relación entre las familias y entre el alumnado, incluyendo muchos de los casos de bullying.
- Reconocer a las familias como expertas en sus propios hijos. Si tratamos a las familias como interlocutores válidos en términos de cualificación y capacidad, dentro de su propio ámbito, en lo que al alumnado se refiere, es mucho más fácil lograr una relación de colaboración y de implicación por su parte. Aquellas familias que se sientan culpadas o juzgadas por los centros educativos en lo relativo al desarrollo de las conductas de sus hijos (o las suyas propias) van a ser muy poco receptivas frente a todo lo relativo a los centros educativos.
- Facilitar a las familias y comunidades recursos y tiempo para buscar soluciones a los problemas. No se trata de darles un plan a seguir (que es lo más frecuente) o de esperar que sean las propias familias quienes nos den una solución a los problemas, sino de implicarlas en el diseño y, por tanto, en el desarrollo de las soluciones a los problemas y tareas que se presenten en los centros escolares, tanto de forma individual como grupal o institucional. Si logramos que pasen de un comportamiento pasivo (a veces de ningún comportamiento en absoluto) a un funcionamiento activo, los diseños, las alternativas, las soluciones y la implicación de la comunidad educativa se multiplican.
- Asegurarse de que las familias tienen una influencia real en las decisiones del centro. De nada sirve intentar implicar a las familias activamente en el funcionamiento de los centros escolares si dicha implicación no conlleva una influencia real de su participación en las actividades y el funcionamiento del centro. Rediseñar la toma de decisiones que tienen un impacto directo en el alumnado y sus familias a partir de la colaboración con éstas es de vital importancia para lograr una colaboración real y un compromiso efectivo en dicha colaboración.
Como siempre, estas son algunas ideas, de entre las muchas que se pueden implementar para trabajar por y para una colaboración más estrecha y efectiva entre las familias, el alumnado, y los centros educativos. Y todos somos conscientes de la importancia que esta colaboración tiene. No podemos tirar la toalla.