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Hoy día cuando alguien se aburre tendemos a buscar al culpable. Entendemos el aburrimiento como un síntoma de que algo no está funcionando correctamente. ¿Cómo podemos aburrirnos, con la cantidad de cosas que hay a nuestro alcance? Si nos aburrimos en clase, es porque el profesor no nos ha motivado adecuadamente o porque la preparación de la clase no ha sido la adecuada; si nos aburrimos en un viaje es que la planificación no está correctamente hecha; si nos aburrimos haciendo la compra es que el diseñador de neuromárketing del establecimiento no ha hecho adecuadamente su trabajo. Estamos acostumbrados a considerar el aburrimiento como un error y un problema.

Sin embargo, el aburrimiento no es algo que debamos descartar sin más. Y no por alguna razón de pedagogía antigua de «mano dura» del estilo de «como es horrible te endurece», sino porque el aburrimiento es útil. Y, por tanto, positivo.

De hecho, aunque no forme parte de nuestra cultura digital, el aburrimiento es importante, como también lo son aprender a gestionarlo o sus consecuencias. La vida no es una secuencia indefinida y a la carta de entretenimiento, ni las aulas tampoco: la tarea docente es enseñar, facilitar el aprendizaje, no entretener, ni divertir. Mientras mayores somos, más situaciones aburridas debemos enfrentar, y no preparar a los más pequeños para ello no es precisamente una ayuda.

Hace no muchos años se consideraba que una cierta cantidad de aburrimiento era necesaria para los más pequeños, porque permitía que desarrollaran su creatividad, entre otras cosas. Hoy día que uno de nuestros alumnos tenga un hueco se considera poco menos que una dejación de funciones por parte de los adultos que lo tengan a su cargo. Ahora cada minuto libre tiene que ser ocupado por una actividad definida, a ser posible dirigida a un objetivo mayor. En los raros momentos en que los niños no tienen una actividad definida en el horario, tales como desplazamientos o viajes, por ejemplo, les damos dispositivos digitales para que se aíslen del mundo en una actividad lo más absorbente posible, da igual si es productiva o no, positiva o no; aunque si puede «entrenarles» para algo, mucho mejor. ¿Qué hacían nuestros padres? Nos dejaban jugar. Nos dejaban aburrirnos. Nos encomendaban tareas en el entorno familiar que no eran divertidas, pero sí eran útiles y educativas y favorecían nuestra autonomía. Y era en esos momentos de aburrimiento, una vez superado el punto de queja, cuando afloraba la imaginación, la creatividad, el descubrimiento. Y sigue siendo en esos momentos, sentados en un atasco y sin cobertura, o en la cocina esperando a que termine el tiempo de algo, cuando tenemos una idea para resolver un problema o cuando se nos ocurre la estrategia que se nos escapaba en la reunión del trabajo. Nuestro cerebro se pone en marcha, y lo seguimos.

Lo importante, por tanto, no es el aburrimiento, sino lo que genera. Pero para llegar a esa generación, es imprescindible la parada, el punto muerto, a que nos obliga el aburrimiento. Hay estudios que relacionan la capacidad de manejar el aburrimiento con la habilidad para concentrarse y autorregularse. Por tanto, deberíamos dejar de considerar el aburrimiento como algo a evitar a toda costa para los niños y, al contrario, dejar que lo experimenten y que aprendan a partir de él.

En lugar de hacer eso, estamos haciendo justo lo contrario. Diseñamos todas las experiencias infantiles como divertimentos. Los docentes pasan más tiempo buscando cómo motivar o entretener al alumnado con juegos de atención limitada que trabajando otras muchas habilidades importantes. Como consecuencia, hacen ninguna actividad que conlleve algo distinto de una respuesta rápida y corta; ninguna elaboración, ni complicación, nada que se alargue. Todo debe ser corto y rápido. Sin embargo, enseñar a nuestro alumnado a gestionar el aburrimiento en lugar de buscar el entretenimiento constante les preparará para un futuro mucho más realista. Incluso en una vida laboral que les entusiasme habrá tareas y momento aburridos. La vida es así, y deberíamos asumir la realidad que nos rodea, que les va a rodear; es mucho más beneficioso que la irreal vida fantástica y siempre feliz a la que les estamos acostumbrando.

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