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La enseñanza conlleva un trabajo emocional del que los docentes con experiencia somos conscientes y que generalmente no se reconoce. La falta de transparencia, consciencia y reconocimiento de esta parte, importantísima, de la labor docente, incrementa la vulnerabilidad de muchos docentes, que se llegan a sentir frustrados, insatisfechos, deprimidos o quemados. Pero comprender las implicaciones y realidades de dicho trabajo emocional puede ayudar a gestionarlo adecuadamente, evitando todos esos problemas. En el post de hoy os ofrecemos algunas ideas para hacerlo.

En la labor diaria un docente toma cientos de decisiones, y muchas de ellas giran alrededor del manejo y la gestión de emociones. El trabajo emocional consiste en gestionar las propias emociones para conseguir gestionar las de los demás. A menudo incluye dos planos, uno de actuación superficial y otro de gestión profunda.

La actuación superficial supone exhibir o manifestar emociones sean éstas reales o no, cuando la situación lo requiere. La gestión profunda, por el contrario, implica acomodar, en cierta forma, las propias emociones, para conseguir gestionar adecuadamente el funcionamiento del aula. La parte más difícil del trabajo emocional docente es precisamente manejar esta paradoja: decidir en cada momento qué parte usar, cómo expresar emociones y qué expresar en cada situación concreta, sean las emociones de uno u otro plano, con un absoluto control. Y el hecho de que este enorme trabajo se de bajo la superficie, sin ningún tipo de reconocimiento o de preparación, a pesar de ser vital para el correcto desarrollo de la labor docente, hace que sea incluso más difícil.

Lo cierto es que ser consciente de esta parte de la labor docente desde un principio sería una ayuda considerable en su desarrollo, pero el hecho es que nunca se menciona la gestión emocional del alumnado entre las tareas docentes. Y en la realidad, la docencia es una práctica emocional; tanto la enseñanza como el aprendizaje implican y necesitan comprensión y compasión emocionales.

Pero no es menos cierto que es casi imprescindible, además de conocer las exigencias emocionales del trabajo, ser capaz de gestionarlas en tiempo real en todas las situaciones (variables y en desarrollo) que nos encontramos en el día a día. Debemos ser capaces de encontrar un equilibrio entre nuestras propias emociones y la gestión de las emociones implicadas en nuestra gestión de aula y nuestra labor docente para llevar a cabo esta tarea con éxito. En algunos estudios se plantea que la regla general para manejar las emociones en la docencia es la evitación de toda manifestación emocional fuerte, al tiempo que se evita una conexión emocional débil con el alumnado y sus reacciones. Casi tan fácil de enunciar como de llevar a cabo.

La realidad es que no hay una fórmula mágica en nada que tenga que ver con la parte emocional, mucho menos en el ámbito docente. Lo más que podemos hacer es ser conscientes de nuestras acciones y decisiones en todas sus dimensiones (lo más conscientes, al menos), para tratar de gestionarlas de la mejor manera posible en cada momento. Y para hacerlo con las mayores garantías, aquí os dejamos algunos tips que pueden ser de ayuda.

· Recordar que no estamos solos. Todas las situaciones en las que nos podamos encontrar en un aula sin diferentes, pero es más que probable que algún otro docente (muchos, en realidad) se haya encontrado en una situación parecida o paralela. Hablar de las situaciones que nos preocupan con otros docentes suele servir de ayuda, porque nos permite ver otros puntos de vista, pero también ordenar los nuestros propios para tomar decisiones o valorar las decisiones que ya hemos tomado. Nuestras estrategias son valiosas, pero conocer las de los demás nos da un plus de recursos que poder utilizar.

  • Ser consecuentes. Esto es algo que recordamos en otros contextos, pero no siempre en el funcionamiento profesional dentro de los centros educativos. Implica que, más allá de los sentimientos, las normas que rigen el funcionamiento de los centros son, y deben ser, consecuentes, y nuestras acciones también. Mientras seamos consecuentes tendremos una base sobre la que trabajar y a la que volvernos para buscar soporte.
  • Tocar corazones. A todos los docentes nos emociona conectar con el alumnado y verlo crecer con nuestro trabajo. Por supuesto, conectar con ellos no va a solucionar todos los problemas, pero suele ser un paso adelante cuando hay algún tipo de conflicto emocional en el aula. Las conexiones emocionales con el alumnado siempre son una ayuda cuando se presentan comportamientos difíciles o situaciones desafiantes.
  • Recuerda tus éxitos. Guardar las notas, dibujos y pequeños regalos de tu alumnado te ayudará. En los días malos o con dificultades sirven para recordarte que el trabajo no siempre es así, y lo que consigues cuando alcanzas tus objetivos. Y hace que la parte emocional sea más positiva y manejable.
  • Reconocer tus apoyos. En la administración están tus jefes, pero son también tus aliados. Ellos son los primeros que quieren que las cosas funcionen correctamente, por lo que siempre van a colaborar con los docentes en todo lo que puedan para lograrlo. Pueden actuar como mediadores, guiar un desarrollo profesional, aportar estrategias o técnicas de trabajo en las aulas, entre otras cosas También pueden ayudar aportando puntos de vista realistas respecto a situaciones en las aulas que, a veces, no vemos, ayudándonos a lograr un clima saludable en las aulas.
  • Centrarte en lo positivo. Aunque nadie nos lo cuenta, lo cierto es que los docentes pasamos muchas noches en vela pensando en el funcionamiento de nuestras aulas. Y eso es algo que tenemos que aprender a evitar; desconectar emocional y mentalmente del trabajo es importante para nuestro bienestar personal y, por ende, profesional. Aún cuando no es un consejo fácil de seguir, debemos encontrar una estrategia que nos permita dejar fuera de nuestra vida personal lo que nos da vueltas en la cabeza y viene del trabajo.
  • Señalar momentos. Puede haber momentos del día en los que el trabajo emocional es mayor. Suele ser de ayuda marcarlos y conocerlos de antemano. Puede ser una determinada hora a partir de la cual el alumnado está más disperso en clase, o un área que cuesta más trabajo sacar adelante por su dificultad, pero también es posible que enfrentarnos a determinadas tareas burocráticas nos suponga un estrés añadido. Una vez detectado, debemos reflexionar sobre las razones que hacen de ese momento especialmente estresante, y a partir de dicha reflexión tomar las medidas que podamos para evitarlos o mejorarlos. Aunque parezca algo nimio, ayuda a evitar situaciones de estrés y mejora considerablemente las cosas.
  • Ser proactivo y evitar las situaciones de estrés y su desarrollo cuando las detectamos también suele funcionar. Utilizar estrategias tales como contar antes de responder y tener así tiempo para repensar las respuestas, o hablar muy suavemente a un alumno al que deseamos reconvenir generalmente ayuda a reconducir situaciones de estrés en las aulas. Eliminar momentos que generan estrés utilizando pequeñas estrategias y planificando respuestas de antemano generalmente funciona bastante bien.
  • Cuidarnos a nosotros mismos. El autocuidado es algo que, probablemente, debería estar en la formación docente básica. A lo largo de los años todos los docentes coincidimos en que es imposible hacer correctamente nuestro trabajo y cuidar de los demás cuando no estamos bien nosotros mismos. Debemos respetarnos a nosotros mismos, nuestro tiempo privado, nuestro quehacer docente. Aprender a recargar las pilas, a desconectar, y a valorar las cosas en su justa medida, sin dejar que ocupen espacios que no les corresponden, aprovechando los fines de semana, las vacaciones, las tardes libres…

Como docentes tenemos que lidiar con un montón de trabajo y mucha presión. Es importante recordar que estamos haciendo un buen trabajo, ponerlo en valor, y reconocérnoslo a nosotros mismos. Partiendo de ahí, mejorar es mucho más fácil.

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