El llamado efecto Pigmalión, o efecto Robert Rosenthal, es como denominamos a las conclusiones del famoso experimento de Robert Rosenthal y Jacobson en 1968. Afirma que cuando tenemos unas elevadas expectativas sobre alguien, y ese alguien nos considera relevantes, se produce un elevado rendimiento. El efecto contrario (llamado efecto Golem), también se da: si tenemos bajas expectativas sobre alguien, ese alguien probablemente tendrá bajo rendimiento si nuestra relación es relevante. Eso quiere decir que la fe de un docente, o la falta de ella, influye en los resultados de su alumnado.
Rosenthal y Jacobson dedujeron de su estudio que los profesores aportan a aquellos alumnos sobre los que tienen mayores expectativas claras señales de su fe en ellos, tales como sonrisas, señales de aprobación, más oportunidades de preguntar y responder preguntas, y un tono de voz más amable. Las expectativas del profesorado, y la comunicación inconsciente de esas expectativas (a través de pequeñas variaciones del tipo de las enumeradas anteriormente) conforman una diferencia significativa. Cincuenta años después de este experimento psicológico aún se sigue manteniendo su validez.
Todos tenemos claras las consecuencias que etiquetar a las personas tiene sobre ellas y somo cómo las perciben y las tratan los demás. Genera una enorme cantidad de expectativas. Los niños (y los no tan niños) desarrollan a lo largo del tiempo su autoconcepto y su autoestima en función de esas expectativas de las personas que les rodean, para lo bueno y para lo malo. En el ámbito escolar el alumnado está condicionado por su historia personal y la percepción que tengan de su propia valía incide directamente en sus posibilidades y sus facilidades para alcanzar los objetivos propuestos.
Con todo esto en mente (que no es nada nuevo, pero no está de más darle una vuelta), ahora que empieza el curso es un momento magnífico para recordar que el profesor debe preocuparse por inducir expectativas de éxito en todos sus alumnos. Hay diversos movimientos o corrientes educativas que pretenden incidir precisamente en este punto de la organización escolar, tales como el No Excuses, que promueve que los docentes, de manera individual, tengan altas expectativas de sí mismos y de su alumnado. La idea es fomentar la capacidad de modelar la excelencia, valorando las pequeñas victorias y negando la aceptación del fracaso, para ver qué pasa. Con esa perspectiva en mente, podemos hacernos las siguientes preguntas:
- ¿Tengo las mejores expectativas para todos mis alumnos?
- ¿Asumo las concepciones generales?
- ¿He observado el efecto Pigmalión en mi centro y en mi aula?
Pero más allá de las reflexiones teórico-pedagógicas, al iniciar el curso podemos comenzar por algunas ideas prácticas básicas:
- No predigas el fracaso en clase. Si hay un tema especialmente difícil, plantea a tu alumnado ques es complicado pero que sabes que lo harán bien si trabajan en él.
- No participes en las sesiones que quejas sobre estudiantes. Con ello, aunque no te des cuenta, estás aceptando el fracaso de ese alumnado, el del centro en su caso y el tuyo propio en su proceso de enseñanza.
- Establece expectativas altas. El alumnado alcanza mayores logros cuando las expectativas son altas. Si de verdad estás convencido de que un determinado tema está fuera de su alcance, trabájalo más y deja la evaluación para después.
- Se entusiasta con tu materia. Modelar el interés y las expectativas de éxito con respecto a un área como reflejo a la actitud (entusiasmo) que el docente transmite por ese área tampoco es una estrategia nueva, y también es algo que a menudo olvidamos en clase.
Por supuesto, imaginar que el efecto Pigmalión nos va a funcionar como una varita mágica es absurdo. Si bien el experimento y sus conclusiones siguen siendo válidos cincuenta años después, y todos hemos visto algún ejemplo a lo largo de nuestra experiencia docente, no es una panacea, sólo una pequeña cosa más. Pero un pequeño paso detrás de otro….