Continuamos reflexionando sobre la docencia, como siempre. Pero esta vez, en lugar de mirar hacia adentro, miramos hacia fuera.
Lo cierto es que ningún docente está en esto por el sueldo o por el reconocimiento social; generalmente no tenemos grandes cantidades ni de lo uno ni de lo otro. La mayor parte de nosotros estamos aquí por lo que se viene llamando vocación, que es lo que nos mantiene en marcha y nos hace ser lo que somos. Si bien es cierto que últimamente ese concepto se utiliza para justificar lo injustificable en la situación en la que estamos, no lo es menos que es una parte, importante y diferenciadora, que nos mantiene en la brecha a pesar de todo.
Hoy el punto de vista lo ponemos en aquellas señales de que estamos en el buen camino, que nuestra labor docente de verdad lo es; que nuestra docencia es, en definitiva, significativa. Ahí van algunos indicativos, (para recordarlos, que ver el lado positivo también es necesario), una muestra de los muchos que vivimos día a día:
- Inspiramos: muy a menudo somos los docentes quienes ofrecemos la inspiración inicial a nuestros alumnos para lo que más adelante se convierte en una pasión para toda la vida.
- Conseguimos participaciones e incorporaciones del alumnado con más dificultades o resistencias; los rebeldes comienzan a estudiar, los que pensaban que no iban a poder dan sus primeros pasos positivos…
- Nuestro alumnado obtiene resultados, aunque no sea con nosotros, sino en cursos posteriores donde recogen los frutos de lo trabajado.
- Alguno de nuestros antiguos alumnos se ha hecho docente como reflejo de nuestro trabajo diario.
- Nuestro alumnado nos reconoce como personas, además de como docentes, por nuestra capacidad de improvisar, de transmitir sentimientos y emociones en el aula, de reconocer errores propios y rectificar, y establece relaciones directas con nosotros en base a esas características.
- Nos preocupamos, individual y directamente, por nuestros alumnos y se lo hacemos saber y sentir cuando es necesario.
