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Desde hace algún tiempo se vienen realizando estudios que demuestran que los descansos a lo largo de la jornada incrementan el nivel de concentración, así como la creatividad y productividad. De hecho, se sincronizan zonas cerebrales entre sí en los periodos de descanso mental; estas sincronizaciones, afirman los estudios, nos permiten procesar las experiencias, consolidad los recuerdos, reforzar los aprendizajes, regular nuestra atención y nuestras emociones, y nos permiten además mantener un nivel adecuado en nuestras percepciones y productividad, entre otras cosas.

Trasladando esta información a la organización escolar, podemos deducir que si introducimos pequeños descansos entre las sesiones de clase estaremos favoreciendo todos esos procesos mentales en nuestro alumnado, y con ello, lógicamente, el proceso de enseñanza-aprendizaje y la consolidación de dicho aprendizaje.

Evidentemente, la introducción de esos descansos en la organización escolar se puede hacer de muy diversas maneras y desde muy distintos ángulos: curricular, afectivo, socializador, de actividad física… Los enfoques son casi tantos como personas que quieran implantarlos puedan plantear, pero al final se llega al mismo punto: la idea de entender los descansos escolares como parte de la actividad escolar, en todas sus dimensiones, y su aprovechamiento como tales.

Esta idea nos lleva no solamente a plantear la organización de pequeños descansos entremezclados con las sesiones de clase, sino también al diseño del trabajo en dichas sesiones en función de la cercanía y la disposición y planificación de dichos descansos: las actividades que exijan más concentración, productividad o creatividad en el diseño deberían estar planificadas justo después de esos descansos, mientras que las más rutinarias o menos exigentes más cerca del final de las sesiones, por ejemplo. También a diseñar las actividades para los descansos en función de lo programado para la sesiones anteriores o posteriores: descansos con actividad física para terminar sesiones especialmente densas o sedentarias, etc. Y, por supuesto, a programar y diseñar ofertas de actividades para los descansos más largos, los tradicionales recreos de las mañanas o de después de comer…

La idea es que, a medida que vamos añadiendo cosas a nuestras organizaciones escolares, éstas no se limiten únicamente a las modificaciones curriculares que nos imponen las distintas administraciones o a las tecnológicas que nos impone, cada vez más, la sociedad de nuestro entorno, sino que nos planteemos añadir pequeñas modificaciones que supongan, a medio y largo plazo, una mejora cualitativa fundamental en el trabajo que se realiza a diario en nuestras aulas. Y los «brain breaks» (así se llaman estos descansos en el entorno anglosajón) bien podría ser una de ellas.

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