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El problema de nuestros menores con respecto a la digitalización de nuestro entorno no es solamente el relativo a las hora de exposición a la llamada luz azul. Es también lo relativo a todo aquello a lo que se exponen, tanto activa como pasivamente. Al fin y al cabo, no deja de ser una ventana abierta al mundo, con acceso, de una u otra forma, a todo él.

Hace unos años se hablaba de los horarios de uso y los controles parentales, principalmente. Con la extensión de los acosos digitales y de las redes sociales, se está hablando de que las plataformas restrinjan contenidos o limiten el acceso dependiendo de la edad. Pero eso, si lo pensamos, es poner vallas al campo. ¿No sería mejor educar? Pero educar a todo el mundo: a los adultos y a los menores, a los educadores y a las familias, educar el punto de vista y la actitud. Claro que, con ese planteamiento, la actuación no podría ser la de darles la pantalla para que no den ni un ruido durante horas. Pero si la prioridad es nuestra infancia y no nuestra comodidad…

Entonces la solución no es el tiempo (se pueden hacer muchas cosas perniciosas en poco tiempo), ni la restricción de acceso (se busca la manera de entrar) o de contenidos (se suben de otra forma) o alargar la edad de acceso a los dispositivos electrónicos hasta los 16, los 18… Suponiendo que funcionara (que no lo hace) únicamente conseguimos que entren más mayores, más inexpertos, con más miedo y con más ganas. ¿Eso es realmente positiv0?

En realidad, con un poco de sentido común, tampoco es tan difícil encontrar una receta práctica. Cuando queremos que nuestro alumnado aprenda a hacer algo, la mejor manera es poniéndolos a hacerlo; acompañados, con ayuda, con supervisión, despacio, pero poniéndolos a hacerlo.

Así, la idea no sería restringir los dispositivos, sino comenzar a utilizarlos desde pequeños; les rodean en todas partes, no pueden, no deben ser ajenos. Pero acompañados. Desmitificar los juegos, jugándolos con ellos, buscando oferta adecuada tanto de contenidos como de diversión. Aprendiendo a usar Internet de forma adecuada, perdiéndole el miedo y aprendiendo que hay muchas cosas que no nos gustan y no nos importan, quitando las ideas preconcebidas que convierten en atractivas determinadas búsquedas o temáticas. Abriendo las redes sociales a partir de determinado momento (mucho antes de los 16, la presión social existe y no va a desaparecer) y aprendiendo a usarlas; hay redes para niños muy protegidas que les ayudan a «quemar» la novedad para convertirlas en una herramienta de comunicación al tiempo que aprenden netiqueta y comprenden los usos y los peligros (y las consecuencias) de los usos inadecuados.

Y todo eso siempre acompañados. Acompañados no quiere decir que un adulto maneje los dispositivos mientras ellos miran, ni que haya siempre un ojo adulto mirando por encima de su hombro. Pero sí que puede haberlo en cualquier momento; que comienzan imitando un modelo y de la mano de un adulto; que comparten esas experiencias, perfiles y juegos con los adultos que les están enseñando; que hay unas normas básicas de protección que saben que no pueden incumplir… En definitiva, enseñando y educando, como a montar en bicicleta, a cruzar la calle o a pelar patatas, con sus manitas, con cuidado y con supervisión, sin prisas y sin miedos. Al fin y al cabo es el mundo que les ha tocado vivir. Como enseñamos y educamos en todo lo demás.

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