Durante el cierre escolar de la primera ola se hizo patente y se habló mucho de la brecha digital. De lo que no se habló ni entonces ni ahora es de la brecha educativa, es decir, de la falta de igualdad entre el alumnado de distintos niveles adquisitivos, entornos sociales o situaciones familiares. Y debemos aspirar, no ya a la desaparición de la brecha digital (que también) sino, primero y principal, a la erradicación de la brecha educativa. Hay muchos estudios sobre la influencia que tiene en el desarrollo educativo del alumnado la disparidad de determinados indicadores: nivel educativo de las familias, nivel económico del hogar familiar, entre otros muchos; pero también hay estudios que buscan los elementos que rompen dichas predictibilidades: la calidad e implicación del profesorado, las horas de docencia directa, la accesibilidad de materiales docentes y niveles académicos avanzados, entre otros. Pero, más allá de los estudios teóricos de los factores que inciden y de las teorías sociales de la educación, si a lo que aspiramos es a acortar, realmente y en un lugar concreto (con los pies en el suelo), la brecha educativa, hay varias cosas que tenemos que hacer:
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- Lo primero es estudiar la realidad sobre la que pretendemos incidir: la población real que conforma nuestra comunidad educativa, cuáles son exactamente sus puntos débiles y sus carencias, las desigualdades educativas y digitales que se dan, en términos reales, entre dicha comunidad, y las posibilidades o fortalezas que tiene nuestro entorno escolar y social (institucional, personal, académico, asistencial, etc) con los que poder contar para avanzar y hacer algún cambio significativo.
- También hay que ver qué se ha hecho en los últimos tiempos en nuestro centro o en nuestro entorno para trabajar en esta línea: quién, qué, cómo y con qué resultados. Esto incluye los posibles estudios que se hayan llevado a cabo de los distintos factores que se han demostrado relevantes a la hora de marcar las desigualdades educativas. Y debemos cruzar esos datos con los nuestros de evaluación real, para comprobar hasta qué punto las estadísticas nos muestran una realidad y señalar las sombras que se dejan fuera (no tener en cuenta la procedencia del alumnado, variables familiares o sociales, o los cambios de centro, por ejemplo): todos aquellos factores que desde la práctica diaria podamos considerar relevantes y que no aparezcan en las tablas oficiales. Así podremos saber, de verdad, lo que se ha hecho hasta el momento y los resultados que ha dado.
- Evaluar con honestidad la práctica docente. No siempre lo que rellenamos en las evaluaciones y en las encuestas coincide con la realidad y para obtener resultados significativos necesitamos un diagnóstico de la realidad, no de la burocracia ni de las estadísticas de las administraciones educativas.
- Involucrar a los actores implicados (docentes, familias, alumnado, administración cuando sea posible…) en los objetivos deseados, para conseguir una colaboración lo más amplia posible. Si todos los involucrados trabajan confiando en obtener resultados, la colaboración y la implicación en su desarrollo se multiplica y éstos suelen ser mucho mayores. Y esto no solamente beneficia al alumnado más desfavorecido, sino a toda la comunidad educativa: el alumnado más avanzado se beneficia con la mejora de la calidad de la enseñanza y del nivel de la clase, las familias mejoran en su implicación en el centro, y éste puede ampliar y mejorar su trabajo en distintos ámbitos.
- No intentar ocultar la realidad de la brecha educativa también ayuda: bien sea de cara a las familias, a la comunidad educativa o a las autoridades, ser claro en lo que se refiere a las disparidades que se detectan en el centro ayuda a poner en marcha toda una serie de sinergias en pos de su reducción y erradicación. Además, hace mucho más fácil y accesible buscar asesoramiento y refuerzos de distintas índoles para reducirlas.
- Todo el mundo debe ser consciente de que no solamente no hay un culpable de este tipo de situaciones, sino que tampoco hay una solución directa: supone la implicación y la participación activa de todos los agentes que puedan estar implicados, directa o indirectamente.
- Y no debemos olvidar que no tratamos de mejorar en un ránking educativo (el que toque en el momento, sea Pisa, o cualquier otro), sino de hacer que nuestro alumnado sea competente y tenga las herramientas para poder elegir y continuar con su vida sin verse limitado por barreras invisibles que les marquen desde la infancia.